sábado, 6 de febrero de 2016

117 días en Chile y contando...

Hace cuatro meses que no escribo. Me excuso a mi misma por el tiempo… ¡Es que no tengo tiempo! Es la frase que me acostumbré a decir desde que llegué a Chile y retomé la vida normal; dícese de la vida del sedentario en tierra propia, del que ejerce lo que estudió y vive para establecerse.

Mucha gente me pregunta porqué volví. No tengo la respuesta precisa a eso, volví porque quería volver, no hubo un motivo o una circunstancia especial. Y en el volver me dí cuenta que parte del retorno implica no sentirte en casa, porque cuando te vas por tanto tiempo, te acostumbras a vivir de manera efímera, pero intensa en muchos lugares.

Y es que la necesidad de tener un hogar, nos hace querer estar en un mismo lado siempre, y cuando las circunstancias te obligan a moverte, debes crear otro hogar substituto, y así te la pasas viajando, haciendo hogares y amigos transitorios, y viviéndolos como si te fueras mañana, porque en realidad eso es lo que pasa.

Hoy, después de mucho tiempo, me permití estar sola, encuevarme en la casa, leer lo que se me antojaba y comenzar a recopilar las fotos de un viaje que por tres años me llevó a lugares a los que nunca pensé ir.

Así, con la emoción del registro fotográfico de Nueva Zelanda, me convencí; la vuelta me duele todos los días, pero a la vez me reconforta. Volé, navegué, caminé por parajes increíbles, devoré manjares deliciosos, veo los rostros de toda la gente hermosa que conocí, y aprendí la mejor lección de todas; la casa no está en lo material o en la familia, la casa está donde se tiene el corazón, y yo sé muy bien donde y con quien está el mío.


En la punta más austral de Nueva Zelanda, Bluff.


Que tengan un buen viaje,

Tatiana.


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